Así, con esa firmeza, se cuadró una divertidísima niña que vino a visitarse hace pocos días. Es la primera vez que me ocurre en mi larga vida como profesional. Aunque les guste venir a la consulta todos los niños o se visten solos, por sus padres o sus abuelos en un intento de acelerar la salida "no vaya a ser que al Dr. Santi se le ocurra ponerme una banderilla en el último momento". En cambio, con esta simpática niña ocurrió lo increíble: quería que la vistiera yo después de haberla explorado. No quería que lo hiciera ninguno de sus padres y se puso tozudilla. Me llenó mi ego de satisfacción pensar que venía tan contenta que hasta le hacía ilusión que yo la vistiera. Al final la convencí de que no soy un experto en el tema y lo hicieron sus padres.
La inocencia infantil me libra de toda culpa porque todavía la niña, por su edad, no podía distinguir entre lo que es un hombre feo o guapo; sin embargo, para ella ese caballero con la bata blanca, nariz de payaso, culibajo y paticorto era un ser atractivo y de confianza.
Yo no sé que hubiera ocurrido si "mi querida" Kim Basinger - cuando la nombro mi mujer siempre me dice: "no sé que le ves, tiene unas patazas horribles"- hubiera venido a visitarse y me pidiera. "Dr. Santi, ¿le importa vestirme?" La única respuesta posible sería: "Señora Basinguer, no puedo creer que todavía no sepa hacerlo usted sola".