Llevo felizmente casado con "mi Carmen" más de 37 años. No hay matrimonio que no pase por momentos de debilidad en tan luengo tiempo. Sin embargo, en nuestro caso, hemos superado todas las adversidades -37 años dan para mucho-. Ahora me encuentro en una "encrucijada" de la vida y por eso les pido que me ayuden a decidir lo que tengo que hacer.
Crow es una perrita recogida en un contenedor de la Carretera de las Aguas -zona de Barcelona para pasear y hacer footing-. Un grupo de jóvenes en el que iba mi hija oyeron unos ladridos. La recogieron y apareció en casa. Bajo solemne juramento medieval tanto ella como mi hijo menor pactaron que se cuidarían del cachorro. Mi esposa, a la que le enloquecen los perros, tuvo un pastor alemán que murió del moquillo cuando ella era muy joven. En un principio, ella tomó un papel aparentemente neutral aunque con artes dignas de un diplomático de alto rango me convenció para que el animalito se quedara con nosotros. Así, hace doce años, la perrita pasó a formar parte de mi familia. Mis hijos ya están repartidos por medio mundo. En casa quedamos mi mujer, la perrita adorada y un servidor que se ha mantenido como un perfecto caballero ante todas las limitaciones que te plantea una mascota.
Ayer la tuvimos que ingresar con una pancreatitis. No se imaginan la tristeza de mi mujer: en 12 años jamás se había separado de ella. Se está dando cuenta, y yo también, de que está al final de su ciclo vital y que, a partir de ahora, los disgustos van a ser continuos. Y llegará un momento en que morirá.
Ahí es donde radica mi problema. Durante 12 años, como ya he comentado antes, me he comportado como un caballero y perfecto marido, atendiendo solícito a los ruegos de mi esposa respecto a la perrita: sacarla a pasear después de una jornada agotadora, irle a comprar pienso de urgencia con mi "Harley Davidson", tener el piso lleno de pelos, no poder ir a muchos hoteles, no viajar en tren, dificultades para hacerlo en avión, enfermedades y achuchones entre otras minucias.
Ahora viene mi dilema. Esta perrita -debo reconocer que ha sido fantástica de carácter y docilidad- morirá. Mi mujer se llevará un disgusto inmenso y lo pasará muy mal. A mí, como no me gustan los animales, me supondrá una liberación; estoy en la juventud de la edad madura y quiero aprovecharla. Sé, también, que otra mascota paliaría su tristeza. Por eso me encuentro en una "encrucijada vital": por una parte yo tengo derecho, por haber soportado a la perrita durante 12 años, a un periodo similar de amnistía. Por otra, aunque nunca se puede sustituir una persona o mascota, estoy convencido de que mi esposa se distraería y su pena se diluiría antes.
¿Qué hago? Ayúdenme con sus votos a tomar una decisión.