Hoy se cumplen más de 30 y menos de 50 años que me casé con mi esposa. Sí el día de Sant Jordi, acontecimiento especial en Catalunya por ser el día del libro y de la rosa con un encanto irresistible. La verdad es que no recuerdo haber pasado un día como este fuera de mi ciudad natal y, por primera vez en mi vida, lo haré en Madrid, un Sábado Santo y, con todo cerrado. No estoy exactamente en la capital sino en un zulo en las afueras –no con el etarra Troitiño- y tengo que ingeniármelas para bajar del monte a la civilización y conseguirle una rosa.
Sí, soy un afortunado por la mujer que me ha acompañado todos estos años. Juntos hemos pasado de todo, desde momentos buenos hasta espantosos. En tanto tiempo no podía ser de otra manera.
Pero hay más, mi hija no hace más que echarme puyas porque no le reconozco suficientemente a Carmen, la señora que está esposada conmigo, la grandeza de haberme proporcionado ser dueño y gestor de mi tiempo. Y tiene razón porque no hago nada relacionado con la casa ni de su mantenimiento: no compro, no limpio, no me encargo de los gastos, ingresos, pagos ni de los bancos. Nada de nada. Soy un cero a la izquierda pero ¿por qué cambiar a estas alturas?
El resultado práctico es que ella me da una semanada para mis enormes gastos diarios (2 cortados matutinos = 1€ y la comida en el hospital = 3,10€ más 4€ semanales para gasolina de mi sufrida escúter) y yo me dedico a lo mío. Como dije una vez yo, llevo los remos y ella el timón. (mi hija no está tan de acuerdo) pero no nos va mal. Nos queremos así y así seguiremos, por los siglos de los siglos. Amén.