En el Congreso al que acabo de asistir he vuelto a ver una pediatra que me recordó una conversación que tuvimos respecto a la profesión de nuestros padres y la sensación que teníamos de pequeños y que, cuando aún hoy la comento, sigue causando una reacción extraña de admiración – envidia - ¿resentimiento?
Hace años, tras la depresión de la Guerra Civil, empezó a resurgir la economía y la burguesía. Los ricos no llegaron a perder sus propiedades o supieron cuidar sus riquezas y progresivamente algunas profesiones iban teniendo más relevancia y respeto. Una de ellas era ser notario. Dicha relevancia fue creciendo hasta casi ser sinónimo de un estatus del que carecían otras profesiones: seriedad, consejo, rectitud, honradez y reconocimiento social. Durante años se mantuvo este estatus pero fue cambiando y llegó a ser sinónimo de rico o de ganar mucho dinero. De pequeño fui a un colegio “elitista” en aquellos tiempos; iban los hijos de familias acomodadas entre los que se incluían empresarios, políticos, militares y burgueses. Era un colegio de “pijos” .Ir allí, aparte de la calidad de la enseñanza, representaba un símbolo de orgullo ir a un lugar tan destacado. Sin embargo, ser alumno del Colegio de San Ignacio en Sarriá-Barcelona también marcó a muchos como "hijos de papá": hijos de ricos o de personajes acomodados.
Dependiendo del entorno con quien estuvieras decir que eras hijo de notario daba cierto reparo para no avergonzar a los menos favorecidos o para no recibir las burlas de que “¡Ostras! tu padre gana mucho dinero sólo por firmar”. Sin embargo, mis padres me educaron con austeridad, respeto a los demás, y sin ninguna clase de prebendas. No era un “pijo” aunque estaba rodeado de ellos. Iban a esquiar a la Molina, compraban la ropa en Gales o Gonzalo Comella, los zapatos más “last” eran una especie de Sebagos que se vendían en una tienda llamada Pedrerol y Bofill, hoy desaparecida. A mí ponían remiendos de cuero como rodilleras y coderas, ahora de moda, pero vergonzosos en aquella época.
Yo pensaba que era un bicho raro al pensar así. Con el tiempo este “reparo” desapareció pero en el hospital me ocurrió una anécdota que me retornó a mi juventud. Una residente muy agraciada, elegante y muy bien preparada, era muy reservada. Un día, cuando era R1 (novata total) me confesó que había vivido en diversas zonas de España. Eso ocurre en muy pocas profesiones. Fundamentalmente son militares, registradores, jueces y notarios. Yo le comenté que me había pasado lo mismo. Pasé por Cangas de Morrazo, Montblanc, Rubí, San Cugat y Barcelona ya que mi padre había sido notario. Abrió los ojos como platos y pareció muy aliviada: “Mi padre también lo es pero me da reparo decirlo, tienen fama de ganar mucho dinero sólo por firmar papeles”. Los dos sabíamos perfectamente que para llegar a ser un buen notario había que estudiar duro, hacer unas oposiciones dificilísimas y pasar hambre en los primeros destinos.
Como todo en la vida, muchos notarios han deshonrado su profesión – recuerden el caso Malasia en Marbella- pero otros siguen siendo no sólo notarios sino consejeros, como hacía mi padre, ayudando y aconsejando sobre problemas antes de que se produjeran.
Doctor, que tiene que ver esto con la pediatría. Nada. Sin embargo, todos tenemos en el fondo de nuestro corazón alguna vivencia olvidada que vuelve como si estuviera pasando ahora mismo. Te deseo toda la suerte del mundo, Inés, hija de notario.