¡Menuda chorrada!- pensarán ustedes. Si uno escucha la radio, música o ve la televisión se lo pasa bien o disfruta con sus programas preferidos. Pero ahora les cuento lo que nos ocurre a los pediatras frecuentemente y que puede sacarnos de quicio en cuestión de segundos:
Hoy he ido a dar una clase a un curso para pediatras. Entre ir volver he hecho unos 200 km en coche. Perfecto. Los organizadores me han invitado amablemente a comer en un restaurante. Perfecto. Nos han ido sirviendo los platos del menú degustación. Perfecto. Pero... en la mesa de al ladose ha sentado una familia con niños de entree 3 y 4 años. No lloraban, no: aullaban haciendo retumbar todo el restaurante. Una delicia.
Ustedes saben que hay una serie de enfermedades llamadas profesionales ocasionadas por los trastornos que pueden causar el propio trabajo. A los pediatras nos tendrían que incluir en el de la sordera traumática. El llanto de los bebés y niños puede alcanzar los 2000 dB. Se trata de un "tunning" natural impresionante. Pero ese no es el problema.
A lo largo de mi práctica médica he aprendido a estar todo el día oyendo berridos, chillidos, llantos, gritos mientras estoy en la consulta. Más de 6 horas diarias y yo tan pancho. Pero cuando voy a un lugar público me cuesta soportarlo.
Con cierta regularidad viajo a Nueva York. Cuando reservo los asientos, cruzo los dedos para que no me toque ningún niñito cerca. En general, siempre he tenido bastante suerte. Sin embargo, hace tres semanas, ¡toma! me toca uno al lado berreando de lo lindo. La consecuancia: Crisis de hipertensión, taquicardia, sudor frío y casi colapso. ¡Dios mío, no lo podré soportar...! Ni siquiera puedo escuchar las instrucciones de la azafata ni los comentarios del piloto. Y me quedan todavía seis horas por delante, ...no podré, no podré aguantar. Meditando la manera de silenciar a semejante salvaje se obró el milagro. Silencio absoluto. ¿Le habrá dado un "pasmo" al nene?. No. Su madre, inteligentísma mujer, sacó un objeto metalizado del bolso, lo abrió y el nene calló de inmediato. Era un DVD portátil. Me relajé y me puse a dormir.
Ya sé que para viajar tranquilamente en los aviones es mejor ir en Primera Clase, cosa que no me puedo permitir. Y aun así -viajando en primera- también le puede ocurrir a uno lo que le sucedió a un amigo mío que voló desde Hong Kong a Barcelona: tuvo que soportar a tres energúmenos corriendo y chillando entre el personal. Llegó hecho polvo y cabreado por el pastón que se había perdido surcando los cielos azules de la inmensidad. La otra posibilidad es comprar todos los asientos que te rodean para mantener alejadas a las fieras... Claro que existe un grave inconveniente: sigue sin haber un panel que aisle acústicamente.
Desde aquí hago una sugerencia a todas las compañías aéreas: Montar una guardería volante en los viajes de largo alcance. Si lo hacen, muchos me lo agradecerán.