jueves, 26 de abril de 2007

Crisis de angustia (¿ira?) e hipertensión por galletas, magdalenas, chocolate, palitos, y juguetes duros

¿Se trata de una nueva enfermedad?. ¿Qué combinación más curiosa, pensarán ustedes? Pues no es una enfermedad y ocurre con mucha frecuencia. Verán, hay muchos padres con mucha pachorra. Nada les inmuta. Parecen pertenecer a movimientos pacifistas. Y consienten todo lo que les pide el nene; quiere una chuche, pues una chuche; quiere un juguete, pues un juguete; quiere el periódico, pues el periódico para que nene lo destroce antes de que lo lea el papá. Así, hasta el infinito.

Esto no me preocupa. En casa los papás tienen derecho a hacer lo que quieran con el comportamiento del nene. Pero en mi consulta, me ponen malo. Pero malo, malo de verdad. ¿Porqué? pensarán ustedes. Pues porque hacen lo mismo que en su casa. Los traen con galletas, magdalenas, palitos de pan, dulces de chocolate pringosos, bebidas de tetra brik, etc. Pero no es solo eso. Además vienen con su juguetito metálico preferido. Hasta aquí todo correcto pero cuando entran en la consulta la combinación papás-nene es de lo más explosiva.

Los papás le dan al nene antes o después de la exploración las galletas, las magdalenas o los palitos. Inmediatamente después el suelo de mi consulta está lleno de migas minúsculas o mi mesa pringada de chocolate. Si es antes de la exploración no les puedo mirar la boca porque es un amasijo de saliva con harina. Otros, después de la exploración muchos papis sacan la bolsa “de alimentos” y se los dan. El nene “torpe como el solo“ abre la bolsa y su contenido se desparrama cual siembra en un campo. Me gustaría que, como mucho, estuviera como este renacuajo.

La cosa no queda aquí. Los papis, comprensivos ellos, dicen “mire, mire lo que hace doctor, es más travieso….” . Y al final de la visita se van tan contentos con todo mi despacho hecho una cuadra.

Más, para cambiarle los pañales ¡lo sientan con el culo al aire encima de mi mesa de despacho! así, a pelo. Menos mal que no suelen orinar o defecar en ese momento.

Y lo último, lo que pone mi coronaria casi con una angina de pecho. El nene, entre 10 y 18 meses, sentado en el regazo amoroso de uno de los papás empieza a mamporrear mi mesa de despacho con un juguete metálico como si fuera la tuneladora del AVE. Yo que sé lo que me costó esa mesa, no tengo más remedio que son sonreír (¿) y exclamar: “¡como se divierte el nene ¿eh?!. Pero los padres, obtusos, no lo captan. El niño sigue picando cual minero a ver si sale petróleo. Mi corazón está a punto de estallar, no por el niño-al fin y al cabo hace lo correcto para su edad-, sino por unos papaitos que me gustaría que me invitaran a su casa y me llevaría un cochecito metálico para ir mamporreando todos los muebles de su casa.

Moraleja: si va a la consulta de Santi no lleve provisiones, bebidas ni objetos contundentes. En la Clínica Mayo de Arizona hay un letrero que reza así: Prohibido entrar con armas de fuego. Yo soy más pacífico pero más de un día le daría un capón en la coronilla a uno de esos papaítos.

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