domingo, 3 de febrero de 2008

Museo de las Ciencias, cita y derrame de mi sangre en Valencia

Ayer fuimos al Museo de las Ciencias Príncipe Felipe. Me perdonarán pero me sigue pareciendo inadecuado que, debido a los grandes méritos acumulados en la biografía de nuestro ya "talludito" futuro Rey, le hayan puesto su nombre a esta magnífica obra de Santiago Calatrava (me alegra que este arquitecto- ingeniero sea mi tocayo; ojalá pudiera transplantar alguna neurona suya a mi cerebro menguante).

En la entrada hay una serie de paneles con citas de personajes variopintos, pero con una vida destacada por su contribución a la humanidad. Una de de ellas es de Robert Koch (1843-1910) , médico alemán. Dice lo siguiente: "Los niños adivinan qué personas los quieren. Es un deseo natural que con el tiempo se pierde".

La anécdota: yo me había ido echar a la cama del hotel después de una copiosa comida. Quedamos en que llamaría a mis amigos para encontrarnos más tarde. En la penúltima conexión telefónica me comentaron que estaban en el Miguelete. Raudo y veloz me dirigí hacia allí luchando contra una inmensa muchedumbre que estaba viendo pasar las charangas. Al llegar allí, no estaban. Nueva conexión. Entendí: "Estamos en la tienda de Bvlgari delante de la casa del Marqués de Dos Aguas". Sin perder un instante me dirigí a la tienda y me pegué un tortazo contra el vidrio antibalas de la puerta. Estaba tan impoluta que me pareció que estaba abierta. Craso error. A la puerta no le pasó nada, pero yo me hice un corte en la frente con la montura de mis gafas, con derrame de sangre incluido. No estaban mis amigos. El personal se desvivió por atenderme. Les estoy muy agradecido.En mi estado de somnolencia, había entendido mal la llamada: "Estamos en la casa del Marqués, enfrente de Bvlgari".

1 comentario:

C3PO+R2D2 dijo...

El orden de las palabras altera el producto, es evidente.
Me recuerda a una anecdota de Camilo Jose Cela. Se quedó dormido en las Cortes (el Congreso español), pues era representante del Rey; entonces el presidente de las Cortes lo llama: “Señor Cela, señor Cela, señor Cela”. El escritor se había amodorrado y dormitaba de puro aburrimiento. El narrador despierta sorprendido por la llamada reiterativa y el presidente, con cierta sorna, le increpa:
- “Señor Cela, se quedó dormido”. - “No”, contestó el literato, “he estado durmiendo”.
Allí es cuando el presidente se siente ganancioso y replica:
- “Estar dormido o estar durmiendo es lo mismo, señor Cela”.
Y el Premio Nobel (que no lo era todavía, para entonces) contestó:
- “No, señor presidente, como tampoco es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”.