¡Oh, maravilla de las maravillas!. Me quedo pasmado de la elegancia y urbanidad de los papás cuando vienen con adolescentes o jóvenes a mi consulta. Antaño siempre se dejaba sentar a los más mayores siempre antes que a los jóvenes. Eso ahora es impensable. En el metro se ponen los pies en el asiento delantero, si hay una mujer embarazada nadie le deja sitio y si es un anciano o anciana ni se les mira. Si la embarazada es joven y guapa la mirarán pero no se levantarán para que repose durante el trayecto con bamboleos y frenazos aunque sea largo. La vida ahora está así pero cambiará algún día, no lo duden.Decía que me maravillan porque en cuanto entran en mi despacho los papás y dos jovenzuelos inmediatamente éstos se sientan en las dos sillas que tengo enfrente de mi mesa y…¡los padres se quedan de pié sin decirles nada!. Yo dirijo mi penetrante mirada “casi asesina” y hago un ligero movimiento con mi testa para darles a entender a los “pájaros” espachurrados en el asiento que se levanten y dejen sentar a los papás que al fin y al cabo son sus progenitores y les mantienen. Pero no: ni mi mirada poderosa ni mi gesto imperativo les inmuta. Siguen repantigados en el asiento.
Entonces hablo. Mi potente y a la vez viril voz les dice: “Os importaría dejar sentar a vuestros padres”. Es entonces cuando me da el soponcio: “No se preocupe, doctor, nosotros ya estamos bien de pié” dicen sus padres. Y los mequetrefes siguen sentados mientras yo hago la historia clínica con un moviendo de asentimiento que me descuajeringa el cuello. Tengo que ir moviendo la cabeza desde papel donde escribo hasta la cara de los padres que están de pié cerca de mí y si los padres son muy altos…
En un tono zumbón les digo a los gentiles papás: "Parece que empiezan a dominar situación, ¿no es cierto?" . Los papás listos cazan mi indirecta...




