Sí, es necesario. Sin él un niño moriría rápidamente si no tuviera ninguna sensación dolorosa: accidentes, golpes, quemaduras, etc acabarían rápidamente con su vida. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor lo define como “una experiencia sensorial, emocional desagradable asociada a lesión de los tejidos real o potencial, o descrita en los términos de tal lesión”. Durante años se había creído que contra más pequeño era el niño menos sensaciones dolorosas tenía. Ahora sabemos que los prematuros y recién nacidos tienen respuesta dolorosa que puede afectarles de forma bioquímica o en su conducta. Por este motivo en la actualidad estamos en una fase consolidada de “pediatría sin dolor”.
Cuando el niño es pequeño sólo puede manifestar su dolor por medio del llanto, más tarde puede localizarlo y, finalmente, puede verbalizarlo. Para los padres y los pediatras siempre ha sido un reto interpretar el llanto de un bebé. Con la observación clínica y, si es necesario, con análisis de laboratorio se puede determinar su origen.
El niño va creciendo y cuando puede expresarse bien las palabras “pupa y me duele…” suelen ser muy frecuentes en la vida cotidiana. Si ha sido por un golpe, herida, pinchazo o quemadura su origen es muy fácil de adivinar. En cambio, durante su crecimiento, el niño presenta molestias y dolores que se vuelven repetitivos (recurrentes) sin que ni los padres ni el pediatra encuentren nada en su observación y exploración. Este fenómeno es tan frecuente que es el causante de muchas visitas al pediatra y a los servicios de urgencias.
Los tres dolores recurrentes en el niño más frecuentes son tres: el dolor de cabeza (cefalea), el dolor de barriga (abdominalgias) y el de las piernas (dolores de crecimiento). Hay otros dolores que puede incluirse en este apartado como el dolor de espalda pero son mucho más raros. El dolor recurrente en el niño es una de las “bestias negras” del pediatra porque llegar a saber la causa de un trastorno con un solo síntoma. Y los padres de un hijo con dolores recurrentes se van angustiando por si tiene algún trastorno potencialmente grave: Por ejemplo, dolor de cabeza = tumor cerebral, abdominalgias = apendicitis oculta, dolor de piernas = tumor óseo. Veamos los dolores más frecuentes:
- Dolores de cabeza. Aproximadamente un 40% de niños menores de 7 años ha tenido cefaleas, ascendiendo hasta el 66% a los 12 años y al 75% en la adolescencia. Hasta los 12 años se presentan por igual entre niños y niñas y a partir de ahí son más frecuentes en las mujeres por tener más tendencia a las migrañas. La mayoría de las cefaleas son por contracción muscular provocada por estrés o ansiedad
- Dolores de barriga. Entre los 6-18 años alrededor del 20% tiene abdominalgias recurrentes siendo alrededor de los 9 años cuando se hacen más evidentes. Para entenderse entre sí los médicos lo han definido como dolores que se repiten en niños entre 4-16 años de edad con una duración de más de tres meses, con una frecuencia de tres o más episodios durante un intervalo de tres meses
- Dolores “de crecimiento”. Entre el 15-30% de los escolares de primaria manifiestan dolores y molestias que les impide conciliar el sueño o los despiertan por la noche. Son mas frecuentes entre los 4-8 años de edad y afecta por igual ambos sexos. Empiezan poco a poco sin antecedentes de golpes, ocurren varias veces a la semana, afectan a ambas piernas –pantorrillas- y se calma con medidas sencillas. Al día siguiente ya no duelen
La preocupación de los padres ante estos “dolores”, que el niño puede manifestar más o menos exageradamente, pone en guardia al pediatra. Tiene que resolver dos problemas: uno, averiguar si el dolor es orgánico (es debido a una enfermedad real) o funcional (no hay ninguna causa física evidente y probablemente sea por tensión). En los tres tipos de dolores hay una serie de características comunes que ayudan a saber que no son debidos a una enfermedad importante.
Si es orgánico tendrá que aplicar el tratamiento adecuado a la enfermedad causante. En este caso el dolor desaparecerá. Si el dolor es funcional no requeriría ningún tratamiento o como mucho apoyo psicológico. La dificultad estriba en que los padres entiendan y el pediatra se lo haga comprender que no se trata de un dolor real pero tampoco es un “simulador” o un “cuentista”. Si los padres no creen esta posibilidad pueden atosigar al médico y obligarle a realizar pruebas caras e injustificadas. En los dolores funcionales más frecuentes, como las cefaleas o abdominalgias, una estrategia útil es el “tiempo de relajación”. Consiste en decirle al niño/a que vaya a su cuarto, se estire en su cama, cierre los ojos y ponga sus manos sobre el abdomen. Se le dice, además, que hacer esto le ayudará a desaparecer el dolor sin medicamentos. Cuando realmente son funcionales la “curación” suele ser asombrosa. En un día o en poco tiempo el “dolor” desaparece como por arte de magia.
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