Desde hace unos días, al salir de hospital, me cruzo con esta figura enigmática que está adosada al lateral de una marquesina de la parada del bus. Al verlo se me encoge el corazón e intento hacer un diagnóstico visual de lo que le pasa al pobre muchacho. Todo en él me intriga; aparentemente goza de buena salud física, a juzgar por su contorneado cuerpo, pero irradia falta de vitalidad: ¿está enfermo ese joven?, ¿es un agente del CSI "descamuflado" mirando a una víctima tumbada en el suelo?, ¿se ha suicidado con una cuerda y con el Photoshop la han borrado?, ¿su novia le ha dado un guantazo de no te menees que lo ha dejado con una tortícolis?, ¿tiene una depresión o un síndrome de fatiga crónica de caballo?, ¿es un anuncio del nuevo servicio de psiquiatría de mi hospital? No, no me cuadra.
Preocupado por él he intentado averiguar lo que le ocurre. Pertenece a un clan muy conocido y él es el "pequeño". El "capo di mafia" se llama Ricardo, no Calvino como todo el mundo cree, y todos los anuncios que hace se caracterizan porque sus representantes "marcan un paquete" considerable que ya quisieran para sí algunos toreros. Al examinar con detalle la imagen de este jovenzuelo he captado de forma sibilina la causa de su tristeza: ¡No tiene paquete!
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