Que Ana María Matute es una gran escritora no lo duda nadie. Sólo le falta el Príncipe de Asturias (esforzado y trabajador donde los haya) de las Letras y "el Cervantes".
Hace años llegué a ser pariente lejano de ella. En 17 de noviembre de 1952 se casó con el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea, primo de mi madre. En 1954 nació Juan Pablo su "única alegría", al que le ha dedicado gran parte de sus obras infantiles. Se separó de su esposo en el año 1963 pero según las leyes españolas, ella no tenía derecho a ver a su hijo después de la separación, ya que su esposo obtuvo la tutela del niño. Esto le provocó problemas emocionales. Su testimonio de esa época es especialmente amargo, porque en los años cincuenta ella vivió "tantas cosas horribles" que le tapan "las buenas". Buena parte de esas "cosas horribles" las protagonizó su primer marido, Ramón Eugenio de Goicoechea, "El Malo" y de quien tardó once años en poder separarse.
Este pariente mío, Ramón Eugenio de Goicoechea, escribió un libro titulado "Memorias sin corazón" en el que por lo visto arremetía contra mi familia y muy especialmente contra mi abuelo, el arquitecto Adolfo Florensa. Tengo vagos recuerdos de que se quiso comprar toda la edición para que no llegara al público pero no he llegado a saber el contenido del argumento ni dónde comprar el libro. "El Malo", como ella lo llamaba, era "la quintaesencia del Gijón", en el que abundaba el escritor "charlatán, pintoresco e inútil". "Era listo, más listo que el hambre. Hasta su muerte, 'El Malo' vivió siempre de los demás", afirma la autora de 'Olvidado rey Gudú', que en aquellos años era "soñadora, ridícula, tonta. Joven, en una palabra".
Todo este culebrón familiar viene a cuento porque Ana María Matute tiene una frase que me gusta y la repito aquí: el niño no es un proyecto de hombre, sino que el hombre es lo que queda de un niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario