lunes, 19 de mayo de 2008

Decir la verdad, insinuar o callar


En una de mis entradas anteriores, una mamá me habla sobre su preocupación por el comportamiento del hijo de unos conocidos suyos. Parece tener unos rasgos autistas marcados; sin embargo, los padres no están preocupados ante un comportamiento tan extraño. En pediatría, con frecuencia nos topamos con padres demasiado preocupados por la salud de sus hijos; y con otros que tienden a minimizar comportamientos claramaente anormales y que son evidentes para los otras personas que les rodean.

Aunque el trastorno sea alarmante, los papás no toman ninguna medida porque aducen que "es cosa de la edad", "con el tiempo mejorará" o "no es para tanto". No se dan cuenta -sí, sí, no captan- de que su hijo presenta una anormalidad. Los amigos, con buen criterio, arden en deseos de hacerles ver que a su hijo debe examinarlo un especialista pero no se atreven a decirlo por si los padres se molestan. Sólo si tienen una buena y leal amistad, se atreverán a hacerlo: "Me preocupa cómo evoluciona tu hijo; lo veo algo diferente a la mayoría; ¿por qué no solicitas una segunda opinión a un experto?". Si no hay demasiada amistad o los padres son irascibles, se puede insinuar el asunto a modo de símil comentando que el comportamiento de ese hijo les recuerda a alguien conocido con un comportamiento similar.

El niño sobre el que me consultan tiene 16 meses. Yo, a pesar de que soy antiguarderías, lo primero que haría es llevarlo a una. Una cuidadora con experiencia capta en menos de 24 horas si el niño es normal o no. La opinión de las cuidadoras es muy importante. Tienen una ventaja sobre los padres y el pediatra: observan al niño durante horas y pueden comparar su comportamiento con el de los otros niños de su misma edad.

Si alguna vez alguna cuidadora les advierte de que su hijo "parece tener un problema", no lo duden: vayan de cabeza al pediatra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

To tenía unos amigos así. Tenían 4 hijos, y uno de ellos mostraba retrasos en muchos aspectos de su desarrollo. El padre era médico. Cuando insinuabas algo, la respuesta era que era un niño especial. Y tan especial. Cuando por fin consultaron a un especialista, el niño quizás ya tenía 4 años. El especialista se asombró de que nadie le hubiera consultado antes, y dejó bien claro que los resultados de cualquier tratamiento se verían minimizados por haberlo iniciado tardíamente. La madre entró en depresión. Enfin, una triste historia. Ahora el niño es un adolescente con problemas evidentes (eso no es ninguna novedad, me dirán, jajaja).

Anónimo dijo...

Saludos, Dr. Santi:
Yo diría que incluso para el pediatra el asunto es muy delicado.
Me refiero a niños en los que no se ve un retraso evidente, pero a los que se nota una aparente respuesta diferente a otros durante la exploración, una llanto que te suena raro, sensaciones subjetivas dificiles de concretar de que algo no va como en los demás niños.
El problema es saber como decir a los padres que habría que hacer esta prueba o la otra, o remitirlo al Neuropediatra sin estar seguro de que realmente haya algo y decirlo de forma que los padres puedan seguir durmiendo más o menos tranquilos.
No es lo mismo el que se lo comenten unos amigos que el que su pediatra les sugiera algo.
Porque la carga de angustia y estrés que se provoca a la familia con un comentario mínimo del pediatra en quien confían, es tremenda.
( Pero como dicen en las pelis : “Alguien tiene que hacer el trabajo sucio”)

EVA dijo...

Yo soy de las que prefiero un aviso aunque sea falsa alarma que no lo vea todo el mundo y no darme cuenta.
Nosotros dejábamos al comedor al niño, y la monitora nos comentó que el niño tenía abulímia, pues todo lo que comía que no le gustaba (casi todo) iba al lavabo a devolverlo. Lo primero que hice fue avisar de esto al Dr. Santi, y me quitó la idea después de comentarle con más detalle, pero prefiero eso que no pasar por alto las cosas.