Ayer por la tarde vino a mi consulta una madre muy guapa y del grupo de las simpáticas (véase la "clasificación de padres" en la entrada anterior) que estaba preocupada, porque su hija -con fiebre alta- estaba muy apagada y quejosa. Pero ¿cuál fue la sorpresa? Nada más entrar a la consulta y jugar un rato con los juguetes, la niña sufrió un cambio como por arte de magia. Al visitarla y explorarla estaba como unas castañuelas; sonriente y feliz. La mamá me aseguró que su hija no había estado así en casa ni por asomo, como disculpándose porque creía haberme molestado injustificadamente. Mi respuesta fue la que doy siempre en estas frecuentísimas ocasiones: “Los niños siempre se curan antes de entrar”. En casa tosen como bestias, pero no lo hacen delante de mí; en casa están apáticos, pero en la consulta no paran; en casa les duele la barriga, pero cuando yo se la palpo, no sienten nada... En fin, muchas veces parecen llevar la contraria únicamente para acongojar a los padres.
Si los papás conocen bien a su hijo sólo cabe esperar y observar. Y, si se tercia, darle una vueltecita. Cuando nosotros, los adultos, cogemos un buen "trancazo" tenemos dos opciones: o bien meternos en la cama, que aparentemente hace sentirnos más malitos; o bien tomarnos un buen cola cao caliente + un poco de ron + un antitérmico que nos deja como nuevos para poder ir a trabajar...
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