Como con los papás, con lo hijos hay de todo en la viña del Señor. A partir de los dos años ya suelen venir contentos a verme porque ha pasado la época de las vacunaciones. Desde los dos meses de edad hasta entonces, les parezco un comado peliculero que les dispara dardos sin piedad. Claro, a esas edades algunos no quieren verme ni en pintura. Es más, la nariz de payaso que me pongo para hacer "magia potagia" les asusta más. Sé que no soy agraciado; como mucho de joven me parecía a Jean Paul Belmondo. Eso me decían y mi esposa se lo creía; como mucho he sido un hombre "interesante", esto es, un hombre no agraciado con algunas cualidades.
Cuando son más mayores, ya no temen al Dr. Santi. Vienen contentos a la consulta, entre otras razones, porque, mal está el decirlo, tengo una consulta "atómica" que está invadida de juguetes. Hace poco visite a un niño saleroso, divertido, locuaz con un verbo que daría sopas con honda a ZP y Rajoy en los mejores momentos de sus aburridas acusaciones del debate (ahora que todos los diarios puntúan, yo hubiera puesto un 0-0). Le tenía que vacunar así que monté toda la parafernalia de la "magia potagia". Ni corto ni perezoso, se arremangó y me dijo: "No te preocupes, ya me puedes echar la vacunilla". Soberbio.
Me olvidaba, la caricatura es obra de Paco Guzmán.
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