El Sr.Brugada era un humilde transportista de conejos, pero con espíritu inquieto y siempre ávido de aprender; apasionado e incondicional de las tertulias del pueblo en el bar de la plaza Mayor a las que iba impecablemente vestido con traje y corbata por deseo de su esposa Pepita, se levantaba a las cuatro de la madrugada para llevar los conejos al matadero y así ganar un salario que permitiera que sus hijos estudiasen y pudieran ir a la universidad en Barcelona. No tenía estudios pero era un sabio y una persona encantadora.
Aunque no había ningún médico en la familia sus hijos Pedro, Josep y Ramón, nacidos en Banyoles (Girona), con gran diferencia de edad entre ellos (les separaban 14 años), estudiaron la misma carrera: Medicina. Sólo una hermana, nacida entre Pedro y Josep, fue por otros derroteros. Los tres hermanos se entregaron a su profesión con pasión y los tres trabajaron en las mismas líneas de investigación e, intercomunicados a diario por teléfono y correo electrónico, llegaron a ser tres prestigiosos cardiólogos españoles de proyección internacional. Las investigaciones sobre muerte súbita y arritmias que emprendieron los dos mayores tuvieron tal trascendencia científica internacional que en 1992 todo el mundo científico admitió una nueva enfermedad: el síndrome Brugada. Estos investigadores observaron que en pacientes con muerte súbita, recuperados tras resucitación cardiopulmonar, tenían en común una actividad eléctrica cardíaca muy particular que quedaba reflejada en el electrocardiograma y comenzaron a abrir varias líneas de investigación en distintos países sobre la actividad electrofisiopatológica del músculo cardíaco y descubrieron que estos pacientes tenían una alteración genética que modificaba la bomba eléctrica del corazón. La alternativa terapéutica en los pacientes de alto riesgo es colocar un desfibrilador que controle el ritmo cardíaco e impida que el músculo se pare y deje de bombear sangre.
El Sr. Ramón Brugada pudo vivir con gran orgullo los triunfos de sus retoños. El matrimonio Brugada-Terradellas, tan humilde como respetuoso por el conocimiento y el saber humanos, saboreó el éxito científico de sus tres cardiólogos de fama mundial.
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